Juan Mendívil y Dimitar Kanorov


Juan Mendívil (español) y Dimitar Kanorov (búlgaro), se conocieron en Madrid en esa maravillosa institución, que fue y ha vuelto a ser, la Biblioteca Musical del Ayuntamiento, en el Centro Cultural Conde Duque, y enseguida decidieron formar dúo de piano a cuatro manos.



Sus diferentes nacionalidades no han constituido obstáculo alguno, sino todo lo contrario; la suma de sus sensibilidades y experiencias particulares ha supuesto un estímulo, un incentivo, para tratar de exponer con rigor, sutileza y lucidez las obras J.C. Bach, Beethoven, Brahms, Debussy, Fauré, Ravel que componen sus programas; todas ellas escritas por sus autores, originalmente, para piano a cuatro manos.



Hasta el momento presente han realizado recitales en: la Casa de Cultura de Navacerrada (Madrid), en los Centros Culturales, San Juan Bautista, Miguel Hernández y Fernando de los Ríos, asi como en el Teatro Municipal Las Cigüeñas de Hoyo de Manzanares; también han participado en el programa Clásicos en verano 2009 de la Comunidad de Madrid, con dos recitales en Paracuellos del Jarama, y Torrelaguna. En noviembre del 2010 realizaron el Concierto de Santa Cecilia con un recital en el Auditorio Municipal Sebastián Cestero de Villanueva del Pardillo (provincia de Madrid ) y en enero del 2011 un recital en el Centro Cultural Lucero.
El 4 de febrero del 2011, nuevo recital en el Centro Cultural Nicolás Salmerón. El 21 de Octubre del 2011, recital en el Centro Cultural Galileo, en Madrid.
Un nuevo recital, dentro del Ciclo de conciertos de Clásicos en Verano 2014 de la Comunidad de Madrid, el día 18 de julio a las 20.00 horas, en el Centro Cultural Municipal de Paracuellos de Jarama.

Contactos:

Con Juan Ortiz de Mendívil: jomendivil@telefonica.net

Con Dimitar Kanorov: kanorovi@gmail.com



martes, 8 de junio de 2010

Sobre el piano a 4 manos

Siempre se ha dicho, y por tanto es un tópico, que el piano es el rey de los instrumentos. Afirmación en si misma discutible si consideramos el lirismo de los instrumentos de cuerda, la voz seductora de los de madera, el color tímbrico de los de metal, la energía de los de los de percusión.
Sin embargo es bien cierto que, desde la perspectiva, de la polifonía, el piano, de forma natural, es el instrumento polifónico por excelencia. Y si esto es así para el piano en general, ¿Qué decir, cuando se trata del piano a cuatro manos?
El dúo de piano a cuatro manos, que es una modalidad de la música de cámara, posibilita que el piano alcance su máxima potencialidad polifónica al actuar simultáneamente sobre el teclado dos instrumentistas, con una disponibilidad potencial de veinte dedos, a lo largo de sus siete octavas y media (ochenta y ocho teclas).
En estas circunstancias no es de extrañar que el piano a cuatro manos haya sido elegido el instrumento idóneo para verter en él transcripciones de sinfonías, cuartetos, operas etc.; pero lo verdaderamente significativo e interesante, y es lo que queremos destacar en estas líneas, es que esta modalidad de componer ha sido elegida por grandes músicos, a partir del momento mismo de la aparición del piano.
Así, encontramos que Johann Christian Bach, el hijo pequeño de Juan Sebastián Bach, el llamado Bach inglés, escribió varias sonatas para piano a cuatro manos. La forma de escribir de Johann Christian Bach, considerado el primer concertista conocido de piano, influyó sin duda en Mozart. Fue este último quien escribió una serie de Sonatas para piano a cuatro manos, brillantes, complejas y evolucionadas, obras que interpretaba con su hermana, siendo especialmente destacable por su importancia y nivel musical la Sonata en Fa M ( K.V. Nr. 497).
También Beethoven, aunque esporádicamente, escribió para piano a cuatro manos; y pienso aquí en la Sonata Op. 6 con sus 2 tiempos: Allegro molto y Rondo. La compuso en 1796 a la edad de 27 años. Decía en aquel entonces: Animo, mi genio triunfará. Es preciso que en este mismo año (1796) se revele el hombre todo entero.
En el Allegro nos encontramos ya, pese a ser una obra de juventud, con un Beethoven auto afirmativo y turbulento, que fluctúa, en el Rondo, a esa otra faceta de su personalidad, dulce y amable.
También en el romanticismo existe una importante literatura para piano a cuatro manos.
Si Schumann adoptó esta modalidad, fue sin duda Schubert quien mostró una verdadera predilección por el piano a cuatro manos, probablemente porque necesitaba de una forma ampliada de sonoridad, más rotunda, más poderosa. Precisamente el catalogo de su obra empieza con una Fantasía en Sol M. que se supone escribió a la edad de 13 años.
Lo cierto es que Schubert cultivó intensamente esta modalidad compositiva, mereciendo especial atención una obra maestra del género; su famosa, bella, y técnicamente compleja, Fantasía en Fa m.
No podemos dejar de citar entre los grandes románticos a Johannes Brahms, quien eligió el piano a cuatro manos para dos grandes y significativas obras: Las Danzas húngaras (21 danzas distribuidas en dos cuadernos), y los 16 valses de su Op. 39; una obra magnífica en la que los valses, sin dejar de ser valses, adquieren tintes y matices rapsódicos y sinfónicos.
Tenía 32 años Brahms cuando compuso estos valses. Poco tienen en común con los de Beethoven, o Schubert, o Strauss. Valses densos, profundos, complejos, hermosos, compuestos en 1865, un año doloroso por la muerte de su madre. Le escribe a Clara Schumann: cuanto más pasa el tiempo más siento la falta de mí añorada madre.
Y refiriéndonos ya al piano a cuatro manos en el pasado siglo XX, tenemos que citar, entre otros, a Gabriel Fauré, Claude Debussy, Maurice Ravel, Erik Satie, Francis Poulenc.
La Petite Suite de Claude Debussy es una obra sabia, sensual, imaginativa y deliciosa, escrita a la edad de 27 años en 1889. Años felices en los que convive con Gaby, la de los ojos verdes, en el París de la Exposición Universal.
Debussy explota inteligentemente todos los resortes del piano a cuatro manos, usando una forma de escribir que obliga a los intérpretes a tocar de una forma compacta, sabiamente entrabada, especialmente atentos a esa quinta mano que es el pedal, y que debe ser cuidado hasta el extremo.
Finalmente, es este apretado resumen, una obligada cita a Maurice Ravel.
Mi madre la Oca la escribe Ravel a la edad de 33 años en 1908. Glosa musicalmente una serie de cuentos; entre ellos Pulgarcito (de Perrault), Feúcha reina de las pagodas (de Madame D´Aulnoy), Las conversaciones de la Bella y la Bestia (de Madame Leprince de Beaumont), transcribiendo en la misma partitura y a guisa de encabezamiento, algunos extractos de los cuentos. Por ejemplo, en Las conversaciones de la Bella y La bestia:… No querida Bestia no moriréis, viviréis para ser mi esposo…
Maurice Ravel, con su inmensa maestría de instrumentador, realizó posteriormente una versión orquestal de esta obra, pero me atrevería a decir que la versión inicial para piano a cuatro manos tiene, con su depurada y compleja escritura, un encanto y una pureza insuperables, dejando un amplio margen de libertad a la imaginación.
En esta obra, el perfeccionismo y sentido lúdico de Ravel, raya en ocasiones la extravagancia, obligando a los intérpretes a tener que hacer filigranas en el teclado, para intentar ser fieles a la escritura del autor, tan celoso de la exactitud.
Resumiendo, diríamos que la modalidad del piano a cuatro manos, con la presencia de dos ejecutantes en el mismo teclado, sitúa a esta particular forma de ejecución pianística en el campo de lo concertante, y requiere una gran capacidad de colaboración y compenetración entre los dos pianistas, que se sirven mutuamente en unos casos y se aúnan y multiplican en otros hasta alcanzar el máximo clímax sonoro.
Añadamos a ello que todo esto implica, en ocasiones, un cierto funambulismo que suele sorprender y divertir al público no habituado, y exige a los pianistas que forman el dúo de piano a cuatro manos, una exagerada precisión, ilimitada coordinación y mutua atención, lo que convierte a esta modalidad de música de cámara en una arriesgada aventura.
Una temible, y maravillosa aventura.


Juan Ortiz de Mendívil

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